¿Qué hace falta para, una vez que llegas a una fiesta en casa de una amiga y enterarte de que es una fiesta de disfraces ambientada en los años 60-70, vestirte de chica años 60 con ropa de la anfitriona, minifalda, leotardos, sujetador (de women's secret ) con relleno, y peluca, cambiarte de peluca cuatro veces durante la noche, hacer de novia de Tony Manero (cómo bailaba la fiebre del sábado noche, el jodío), azafata del 1, 2, 3 (gafas y calculadora incluida) y coro de Massiel , recibir una banda de honor por ser la reina de la noche, probarte tres vestidos de noche (azul, rosa y verde, este último incluso con estola ) de la anfitriona de la casa y desfilarlos delante del resto de gente (siendo aplaudido y ovacionado) y además pasártelo de puta madre? Pues muy sencillo: autoconfianza y falta de ridículo, dos cosas de las que no disponía hace algunos años, (y que maldita la gracia que me hacían aquellos años que no disponía de ellos).