Boda en Cáceres
Acabo de llegar de la boda de J y MJ, en Cáceres. Bueno, en realidad llegué hace una hora, pero he estado leyendo los posts nuevos de mi lista de asiduos, y he descubierto a fer, que no lo conocía: (ya sé, ya sé, esta enlazado en la página de alber, pero no había entrado nunca). Desde luego, vaya familia, dos hermanos que escriben blogs geniales. ¿Los padres escribirán también?
Bueno, volviendo a la boda, me lo he pasado como los enanos. Ya llevaba tiempo queriendo conocer Cáceres, y al fin la conocido. Es muy pequeñita, pero preciosa. Cuando entras en la zona de intramuros es como si retrocedieras 500 años en el tiempo, hasta la época de los reyes católicos. Con razón la han hecho patrimonio de la humanidad. No hemos podido resistir la tentación, y nos hemos tomado unas cañas y unas raciones en la plaza mayor, como si fuéramos un grupo de guiris.
El convite lo han celebrado en un antiguo castillo restaurado, muy bien decorado, con unos platos exquisitos. Y después... a bailar. Han acertado de pleno con el DJ, porque al haber mucha gente de nuestra edad, pusieron música de los 80 a mansalva, intercalada con algo reciente. Lo único malo del convite fue que cuando quisimos marcharnos, el autobús se fue antes de su hora y tuvimos que esperar una hora más hasta el siguiente, con lo que nos cortó un poco el rollo. Menos mal que en cuanto empezó a venirme el bajón y la tristeza que siempre me entra al final de una juerga me acordé de R. El otro día me enseño un foto suya, rodeada de árboles en una piscina pública o algo similar, y fue recordar la foto y recuperar la alegría al momento.
Ha habido un par de anécdotas curiosas, de esas que, o te las tomas con filosofía y te ríes, o te enfadas y te amargas. La primera fue la habitación del hotel. Resulta que el hotel nos había asignado una habitación de matrimonio para mi amigo C y para mí. Al final, después de buscar alguna habitación doble sin éxito, conseguimos que nos dieran una de matrimonio en la que se podían separar las camas, pero cuál fue la sorpresa cuando entramos en la habitación y comprobamos que tanto el lavabo como la ducha estaban directamente en la habitación, y no en el cuarto de baño. En fin, ya he dicho que nos lo tomamos con filosofía para no amargarnos...
La segunda anécdota fue el estoicismo del novio durante toda la boda. Debido a sus apellidos, en el trabajo le solíamos llamar en broma "el marqués", y aquí dio muestras de su sangre nobiliaria al aguantar sin inmutarse las perrerías que le hacían (hacíamos) sus amigos, como la de llevarle a los servicios, bajarle los pantalones y firmarle en el culo. Todo ello, por supuesto, atestiguado gráficamente por la multitud de cámaras digitales que pululaban por los servicios. Pues ni se inmutó. Yo de mayor quiero ser como él.
Ya esta mañana, tras dejar el hotel, nos hemos acercado a Trujillo, ciudad natal de Pizarro, donde hemos pasado unas horas viendo el pueblo y almorzando. El pueblo era bonito, pero lo que más me ha llamado la atención ha sido el restaurante donde hemos comido. Soberbio. Magnífico. Y barato. Por 13€ hemos comido de menú unos platos que en Madrid sólo estarían en la carta y por más del doble. Y una presentación exquisita. Si pasáis por allí, no dudéis en almorzar en el Café del Teatro, vale la pena.
Bueno, y ahora cenaré un poco y me acostaré, que entre la resaca y el poco sueño, estoy muy perjudicado.
Bueno, volviendo a la boda, me lo he pasado como los enanos. Ya llevaba tiempo queriendo conocer Cáceres, y al fin la conocido. Es muy pequeñita, pero preciosa. Cuando entras en la zona de intramuros es como si retrocedieras 500 años en el tiempo, hasta la época de los reyes católicos. Con razón la han hecho patrimonio de la humanidad. No hemos podido resistir la tentación, y nos hemos tomado unas cañas y unas raciones en la plaza mayor, como si fuéramos un grupo de guiris.
El convite lo han celebrado en un antiguo castillo restaurado, muy bien decorado, con unos platos exquisitos. Y después... a bailar. Han acertado de pleno con el DJ, porque al haber mucha gente de nuestra edad, pusieron música de los 80 a mansalva, intercalada con algo reciente. Lo único malo del convite fue que cuando quisimos marcharnos, el autobús se fue antes de su hora y tuvimos que esperar una hora más hasta el siguiente, con lo que nos cortó un poco el rollo. Menos mal que en cuanto empezó a venirme el bajón y la tristeza que siempre me entra al final de una juerga me acordé de R. El otro día me enseño un foto suya, rodeada de árboles en una piscina pública o algo similar, y fue recordar la foto y recuperar la alegría al momento.
Ha habido un par de anécdotas curiosas, de esas que, o te las tomas con filosofía y te ríes, o te enfadas y te amargas. La primera fue la habitación del hotel. Resulta que el hotel nos había asignado una habitación de matrimonio para mi amigo C y para mí. Al final, después de buscar alguna habitación doble sin éxito, conseguimos que nos dieran una de matrimonio en la que se podían separar las camas, pero cuál fue la sorpresa cuando entramos en la habitación y comprobamos que tanto el lavabo como la ducha estaban directamente en la habitación, y no en el cuarto de baño. En fin, ya he dicho que nos lo tomamos con filosofía para no amargarnos...
La segunda anécdota fue el estoicismo del novio durante toda la boda. Debido a sus apellidos, en el trabajo le solíamos llamar en broma "el marqués", y aquí dio muestras de su sangre nobiliaria al aguantar sin inmutarse las perrerías que le hacían (hacíamos) sus amigos, como la de llevarle a los servicios, bajarle los pantalones y firmarle en el culo. Todo ello, por supuesto, atestiguado gráficamente por la multitud de cámaras digitales que pululaban por los servicios. Pues ni se inmutó. Yo de mayor quiero ser como él.
Ya esta mañana, tras dejar el hotel, nos hemos acercado a Trujillo, ciudad natal de Pizarro, donde hemos pasado unas horas viendo el pueblo y almorzando. El pueblo era bonito, pero lo que más me ha llamado la atención ha sido el restaurante donde hemos comido. Soberbio. Magnífico. Y barato. Por 13€ hemos comido de menú unos platos que en Madrid sólo estarían en la carta y por más del doble. Y una presentación exquisita. Si pasáis por allí, no dudéis en almorzar en el Café del Teatro, vale la pena.
Bueno, y ahora cenaré un poco y me acostaré, que entre la resaca y el poco sueño, estoy muy perjudicado.
Jajaja vaya, gracias por escribir sobre Cáceres, me habían dicho que no era nada interesante...
ResponderEliminarVaya, vaya, con unos amigos como esos...:P jejeje.
Me gusta tu forma de escribir.