Hace algún tiempo leí en un libro de autoayuda, Más Platón y menos Prozac , una teoría que me llamó la atención. ¿Por qué lloramos cuando muere un ser querido? Así, de pronto, la pregunta parece una perogrullada: lloramos porque hemos perdido a ese ser. Pero si lo analizamos fríamente, la respuesta es mucho más complicada.
Si eres creyente, sea cual sea tu religión, lo lógico es que pienses que al morir tu alma se traslade a otro estado superior, llámese cielo, valhalla, reencarnación, o como quiera que en esa religión se denomine -porque, si crees que ese ser va a ir al infierno o similar, vaya amigos que te echas, y no creo que con esa clase de amigos te apetezca llorar -. Por tanto, deberías sentirte feliz porque tu ser querido vaya a un estado infinitamente mejor que éste.
Si no eres creyente, si eres ateo o agnóstico, posiblemente esperes que no haya nada después de esta vida, y por tanto, tu ser querido se ha ido y punto. Simplemente no está. No goza, pero tampoco sufre. As