La soledad de los Buendía

Desde que tengo uso de razón he tenido la suerte de tener libros a mi alrededor. No grandes bibliotecas, ni salas de estudio repletas de libros, sino estanterías con novelas, enciclopedias y similares. Aunque a mi padre raramente le vi leer algo más que novelas de Agatha Christie y cosas por el estilo, y a mi madre algo más que eso, el caso es que en mi casa siempre ha habido libros.

De pequeño, ya me pasaba las horas muertas abriendo la enciclopedia de 12 tomos por una página cualquiera y leyendo la historia de cualquier personaje, algun hecho histórico, la definición de alguna palabra, o la lista de refranes españoles que se prolongaba por 4 o 5 páginas. O me leía las novelas de El encapuchado que mi padre guardaba desde su juventud, o los comics de Flash Gordon que tenía mi hermano mayor. Ya más adelante, me entretenía con las novelas de Asimov o Tolkien (el primer libro que me compré, allá por los 12 o 13 años, fue El señor de los anillos, el cual me lo he leído desde entonces 5 o 6 veces). Más adelante me adentré algo en los ensayos, sobre todo científicos. También estaba suscrito desde jovencito a la revista Muy Interesante, revista científica bastante light, pero que ayuda a intoducirse en la ciencia. Cuando esa revista se me quedó corta, me pasé a la Investigación y Ciencia, muchísimo más rigurosa y seria. Y recientemente, con el cambio de trabajo y al hacerme pasajero asiduo del metro, he aumentado bastante mi ritmo de lectura, de forma que ahora me compro los libros de 2 en 2.

Pero, desde aquellos comics del hombre enmascarado o la enciclopedia, hasta los libros filosóficos que he leído hace poco, la inmensa mayoría sólo me alimentaban la mente. Me despertaban la imaginación con mundos de fantasía, aprendía del conocimiento que otros habían plasmado anteriormente en palabras, disfrutaba al descifrar crímenes inverosímiles, aumentaba mi nivel de inglés con novelas en ese idioma, me asombraba con sucesos ocurridos en otras épocas o lugares... Pocos libros me habían tocado el corazón. Algún párrafo muy emotivo, algún final dramático, algún capítulo cómico... Nada que considere digno de recordar, como no sea alguna poesía de Becquer hace años (Qué es poesía?...) o los últimos párrafos de Soldados de Salamina.

Sin embargo, Cien años de soledad ha sido al contrario. Una vez pasados las primeras páginas algo más alegres, el libro me ha agarrado el corazón, estrujándolo con una soledad implacable, y no lo ha soltado hasta que me he terminado el libro y lo he soltado junto a los demás. Una soledad que te impulsa a seguir leyendo, intentando encontrar un momento de descanso para la familia Buendía, algo que te haga sentir bien al saber que ellos también pueden sentirse bien. Pero ese algo no llega, y tienes que seguir leyendo, y leyendo, y leyendo... con el corazón bien agarrado.

Técnicamente me ha parecido bueno, aunque no es lo que más me haya llamado la atención. No es de los libros más descriptivos que he leido (las descripciones de El clan del oso cavernario se prolongan por 3 y 4 páginas), como me han criticado algunos, aunque sí es cierto que tiene pocas conversaciones entre sus personajes y es en su mayoría un relato en 3ª persona. Sin embargo, el autor sabe mantener tu atención, como cuando, por ejemplo, relata las quejas de Fernanda, una detras de otra en retahíla durante 3 páginas, quejas que no te cansas de leer. Y por supuesto, contiene frases inigualables como cuando Jose Arcadio se niega a jugar a las damas con el padre Nicanor porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.

En definitiva, es un libro que me ha llegado al corazón como ninguno, me ha mantenido la fantasía muy entretenida y me ha dado que pensar tras finalizarlo. Lo han leido más de 30 millones de personas en más de 30 idiomas distintos. Su autor gano el premio Nóbel de literatura por su obra. Se han escrito millones de críticas sobre el libro. ¿Qué más se puede decir de él?